¡Dios... S.O.S!
Este mes queremos comenzar una nueva sección titulada ¡Dios... S.O.S.! No desea ser algo convencional, sino que surja de la interacción entre el lector y quien escribe. Por ello es importante tu participación mediante preguntas, dudas, reflexiones o sugerencias que puedas enviar a mi correo electrónico nestor@sds.org. ¿El objetivo de la sección?, te invito a seguir leyendo para descubrirlo.
Perdidos por la vida...
En este tiempo del año, en Roma –ciudad que todavía me albergará por algunos meses más- se comienza a ver a los turistas parados en las diversas esquinas, con sus característicos planos de la ciudad, buscando caminos para llegar al lugar deseado. Eso me ha recordado a tantas personas que, en diversas etapas de la vida, se detienen para pensar dónde van.
Como aquel turista, hay quienes van por la vida sin ningún plano que les
dirija por la ciudad desconocida, otros llevan costosos planos detallados,
algunos caminan con un pequeño dibujo que no tiene el nombre de gran cantidad
de calles, muchos van acompañados de guías turísticos e incluso hay quien se
equivocó de plano y ¡sacó de la maleta la guía de otra ciudad!.
Lo
cierto es que todos, en determinado momento de la vida, nos detenemos ante las
encrucijadas para ver por dónde continuamos. El primer momento en el cual se ve
claramente esa necesidad de definir el camino es la adolescencia; allí
preguntamos, decidimos una vía, regresamos por otra, conseguimos guías, soñamos
con el futuro...
Sí, la vida es un pasaje por una ciudad desconocida llamada historia. Y
cuando nos damos cuenta de ello, lo primero que hacemos es pararnos para definir
a dónde queremos ir. Algunas veces encontramos calles cerradas y debemos ir por
otro lado, pero si la meta final está clara, caminaremos sabiendo que cada vez
estaremos más cerca de ella.
En otro momento nos detendremos para ver a nuestro alrededor y escoger a
los compañeros de viaje; es cuando decidimos cuál será nuestro estilo de vida
y con quien vivirlo: noviazgo y matrimonio o noviciado y profesión de votos o
soltería. En ocasiones tardamos en encontrar a los compañeros adecuados, otras
los conseguimos con gran facilidad. Algunos están claros en el lugar final
donde desean andar y van juntos, pero a otros les falta esa claridad y en alguna
otra encrucijada descubren que desean llegar a lugares distintos y se separan.
Y
ahora, ¿quién podrá ayudarme?
Pero volvamos a nuestro turista parado en la esquina, dudoso de
preguntar, con un plano difícil de entender y –para completar- sin
conocimiento del idioma. Quien haya vivido esa experiencia, sabe que la primera
vez es terrible y se siente la desesperación de encontrarse perdido. Aquél que
ha experimentado lo mismo en la vida –es decir, detenerse solo, sin saber qué
hacer con su vida- también conoce el sentimiento de desolación total, sin
respuestas válidas para actuar o continuar con la propia existencia. Es en ese
momento en el cual surge un grito casi desesperado del alma: ¡Dios mío! ¡Ayúdame!
Las oraciones propuestas por la Iglesia desde tiempos primitivos para
todos los cristianos, es decir los “laudes” y “vísperas”, comienzan con
un grito desde lo más profundo de la existencia: ¡Dios mío, ven a
salvarme!, y la respuesta de la asamblea se convierte en una amplificación
de ese grito: ¡Señor, date prisa en socorrerme!
Él, el Dios de la Vida, es nuestro auxilio. A él dirigimos un fuerte
S.O.S. para que se apure y envíe refuerzos para poder continuar nuestro camino
por la historia. Esa es la oración diaria del hombre postmoderno y de todos los
tiempos; es la necesidad de respuestas claras que confirmen nuestro caminar. Él
es el único que nos puede ayudar a descubrir cuál es la vía correcta para
alcanzar la plenitud.
Pero, ¿cómo podemos entendernos con Dios si lo único que sabemos de su
código Morse es transmitir tres puntos, tres rayas y tres puntos (S.O.S.)? ¿Cómo
continuar la comunicación con este Dios que nos invita a estar con Él?
Facilitarte métodos y colaborar contigo en el ajustar la frecuencia de
tu transmisión del S.O.S. a Dios es el objetivo de esta sección; así podremos
dar respuestas válidas a las interrogantes que se manifiestan ante la
incertidumbre de la encrucijada. Para ello compartiremos las dificultades
presentadas en nuestra oración y diversas formas de hablar con Dios, acudiendo
a la experiencia de tantos que han transitado estas calles de la vida espiritual
antes que nosotros, o alguna otra inquietud que tengas sobre tu vida con Dios y
desees compartirnos para buscar
juntos respuestas.
Sin más, te invito y animo a gritar juntos ¡Dios! ¡Ayúdanos!
Néstor
A. Briceño L, SDS
Roma,
5 de marzo de 2002