¡DIOS...
S.O.S.! – 11
Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, el término
mediocre es un adjetivo que significa “de calidad media” o “de poco
mérito, tirando a malo”. Así, cuando nos referimos a algo o alguien como
mediocre no estamos diciendo que tiende a ser bueno, sino por el contrario, está
rayando en la chabacanería o en lo peor que pueda ser y/o hacer cualquier
persona.
La mediocridad se pelea con el cristianismo. De eso no hay duda. Sin
embargo, para convencernos de ello, citemos al mismo Jesús, quien dice a sus
discípulos: “Sean perfectos como su Padre del cielo es perfecto” (Mt
5,48).
Todos somos víctimas de la mediocridad, a causa de nuestro pecado que no
nos permite alcanzar la perfección del Padre. Es más, cuando comenzamos a
juzgar a los demás por la mediocridad que vemos en ellos, ya caemos nosotros
mismos en las garras de esta tendencia que nos lleva hacia el mal; el enjuiciar
en nuestros corazones a los demás y tacharlos con adjetivos descalificativos ya
es una falta del amor cristiano y recordemos que la perfección de Dios nuestro
Padre se da en el amor. En otras palabras, cuando Jesús habla de la perfección
del Padre, está hablando del amor a todos, a malos y buenos. ¿Acaso no es
nuestro amor la medida para ver si somos o no mediocres?
Pero los tentáculos de la mediocridad son tan sutiles que nos presionan
sin darnos cuenta. De hecho, quienes creen haberse escapado de sus garras
posiblemente se han convertido en víctimas de ella. Pensemos en las ocasiones
cuando justificamos cada paso que damos, excusándonos con una “razón” para
tapar nuestras faltas...
Ya que es tan peligroso vivir en un mundo mediocre (o podríamos decir,
vivir en un mundo carente de amor cristiano) y no contagiarnos de él, es bueno
proclamar el decálogo de la mediocridad, con el cual describiremos las
características de esa actitud de vida:
1.
Solamente uno
mismo puede hacer las cosas bien, los demás no saben hacer nada y si se les
confía algo seguramente lo harán mal. El exceso de confianza en sí mismo que tiene el mediocre le lleva a
desconfiar hasta del mismo Dios; por eso no es capaz de ver los dones que tienen
los demás.
2.
No saber hacer
nada por sí mismo, pues todo sale mal. La
posición opuesta a la anterior está también presente en los mediocres. Se
puede pasar de una independencia total a una dependencia absoluta y ello es
igual de dañino. Para salir de la mediocridad debemos buscar el equilibrio.
3.
Llenarse de
actividades sin ser capaz de responder bien a todas.
Al creerse indispensable, el mediocre hace depender todo de él pero sin la
capacidad de obtener buenos resultados. Cuando las cosas no salen bien,
comenzamos a oír excusas buscando siempre culpables en situaciones externas. El
mediocre parece ciego para darse cuenta de sus límites.
4.
Buscar posiciones
de reconocimiento social sin responsabilizarse por el servicio a los demás. Es
una actitud típica de quienes necesitan la aprobación del mundo externo. ¿Acaso
no dijo Jesús que quien quiera ser el primero se haga servidor de los demás
(cfr. Mc 9,35)?
5.
Dividir a la gente
en amigos y enemigos de acuerdo a si comparten o no los propios ideales.
Nada más lejano al amor cristiano que servir a quienes me caen bien o dejar de
lado a quienes no lo hacen; la ley del odio ya pasó hace mucho tiempo (cfr. Mt
5,38 ss).
6.
No saber
diferenciar una crítica de un ataque personal.
La falta de madurez del mediocre para poder apartar sus sentimientos de la
situación y ver objetivamente tanto sus errores como sus aciertos, le lleva a
estar siempre a la defensiva.
7.
No
poseer argumentos para defender las posiciones (o cerrarse al diálogo). En
cualquier discusión termina gritando o cerrado a los demás, puesto que es
incapaz de escuchar los argumentos que rebaten sus propias ideas.
8.
Refugiarse en
actitudes seudo-religiosas. Cuando nos refugiamos en las religiones para escapar de la realidad,
desfiguramos el rostro de Dios.
9.
Ser una persona
inmisericorde consigo mismo y con los demás.
El mediocre piensa que ser estricto está reñido con la misericordia, el perdón
y la comprensión.
10.
Escapar de las
tristezas y de las alegrías. Ser cristiano quiere decir estar sumergido por completo en la vida,
disfrutando tanto de tristezas como de alegrías, teniendo siempre presente la
esperanza de la resurrección en Jesucristo. Por eso, quienes no son capaces de
vivir la risa y el llanto no hacen más que vivir una caricatura de humanidad.
Pero debemos ser conscientes también de que para todo hay un momento (Cfr. Qo
3,1ss).
Como vemos, muchas actitudes de mediocridad están
presentes en nuestras vidas y no nos damos cuenta de ello. Por eso elevemos
nuestra plegaria al Señor pidiéndole: ¡Líbranos, buen Padre, de nuestra
mediocridad!
Néstor A. Briceño L, SDS
Mérida,
13 de marzo de 2002