¡DIOS... S.O.S.! – 7

Aliméntanos con tu “Caki”

 

            En Tanzania (África del Este) existe una costumbre que se repite los días de grandes celebraciones; aunque más que una costumbre, es un ritual que podríamos llamar el “rito de la torta”. Claro, al lector le vendrá a la memoria la forma como en nuestro país picamos la torta, sea de cumpleaños o de matrimonio, cada una con sus pasos característicos.

Pero la forma como se hace en Tanzania es del todo diversa y envuelve a una gran cantidad de participantes. En el momento apropiado de la fiesta –luego de bailes, cantos, lavatorio de manos y banquetes- se realiza la “procesión de la torta”. Acompañadas por un canto característico, un grupo de mujeres baila rítmicamente, mientras la encargada de encabezar y guiar la “procesión” va mostrando a los asistentes, quienes no dejan de corear y acompañar con palmas y cuerpos, la celebrada caki (palabra en kisuahilí para decir torta).

Al llegar la caki al frente del agasajado, algunas de las danzantes aumentan el número de vistosas guirnaldas que él ya posee y recibe la torta en sus manos, mostrándola él mismo a quienes se encuentran a su alrededor.

En ese momento es el festejado quien se convierte en el presidente del ritual. El canto prosigue y llama a sus familiares más cercanos a estar con él. Un aspecto importante es que en Tanzania solamente se considera familia a aquellos unidos por la sangre y siempre se encuentran en deuda unos con otros. Por esta razón, al cortar la torta lo hace el agasajado sosteniendo el cuchillo con aquellos más cercanos; es una forma de mostrar que ellos también son partícipes del motivo celebrado.

Pero el momento más sorprendente es cuando el agasajado pasa de ser el servido para convertirse en sirviente. En medio de alegría y algarabía (no sé de que otra forma describir el grito ulular de expresión gozosa de esta zona africana), el agasajado parte un pequeño trozo de torta y él mismo se lo da en la boca a la persona más importante para él (papá, mamá, esposa...). Literalmente va alimentando con el mismo gesto a cada uno de los familiares y amigos. En ese signo de servicio fraterno se encierra el gran agradecimiento de quien celebra con quienes han sido partícipes de ese triunfo.

El lector podrá estarse preguntando qué relación tiene este “rito de la caki” con ayudarnos a profundizar nuestra relación con Dios, objetivo de esta serie de artículos. Al ser testigo de este ritual en una profesión de votos perpetuos de tres frailes capuchinos en Morogoro (Tanzania), veía en esta parte de la celebración la complementación de la acción de gracias a Dios iniciada horas antes con la Eucaristía.

En nuestra vida cotidiana, muchas veces vamos a la misa con la intención principal de presentar nuestras peticiones a Dios, centrando la celebración en nosotros mismos. También tenemos miedo en ocasiones a recibir la comunión por no hallarnos tan buenos como quisiéramos. El “ritual del caki” nos lleva directamente a pensar en Dios Padre como el “agasajado”, por lo tanto es él y no nosotros el personaje principal de la eucaristía. Celebramos en cada misa el amor del Padre por toda la humanidad, la vida temporal y eterna que él ha regalado a cada uno, pero sobre todo recordamos cómo Dios nos ha dicho un sí definitivo en su Hijo.

Así, siguiendo con nuestra comparación, es Dios Padre quien nos hace partícipes de su fiesta y nos alimenta con su caki. No desea ser rechazado por aquél miembro de su familia a quien le ofrece su pan; en medio de la algarabía de la celebración eucarística sería una nota discordante que el agasajado se quedara con el “tenedor en la mano”. Pero eso es lo que sucede cada vez que por miedo a comprometernos con nuestra propia conversión, dejamos de recibir al mismo Jesucristo, la caki del Padre. Podemos poner mil excusas, pero eso no cambiará que Dios nos está esperando para alimentarnos.

            Si gritamos a Dios con todas las fuerzas que hay en nosotros para que venga en nuestra ayuda, también debemos reconocer con la misma o mayor intensidad la vida que nos está dando y revestirnos de sencillez y humildad para participar de su fiesta. Cada uno de nosotros ha sido adoptado como su hijo amado. Él sabe de las dificultades y limitaciones que enfrentamos, de nuestra testarudez y caminos transitados. Por eso no cesa de invitarnos y una vez alimentados nos envía a convertirnos en alimento para otros. Pero eso sería conformarse con Jesucristo, la máxima aspiración del cristiano, tema que mejor dejamos para un próximo artículo.

Néstor A. Briceño L, SDS

En algún lugar volando entre Addis Ababa y Roma, 29 de septiembre de 2002