Creo en la
Comunión de los Santos desde mi Mundo Joven
Cuando una
joven amiga religiosa me pidió algunas ideas para preparar una charla que debía
presentar sobre “Creo en la Comunión de los Santos desde mi Mundo Joven” no
sabía qué sugerencias darle. Luego me puse a pensar en mi experiencia de gran
pecador amado por Dios y cómo en Él, mi vida encontraba grandes amigos, muchos
de los cuales (entre ellos esta joven) sabían de mí, incluso a pesar de la
distancia. Así, y desde esta experiencia de comunión de pecadores en Jesús,
nacen estas páginas.
Al hablar de la Comunión de los Santos pueden surgir en nosotros varias imágenes:
· La primera de ellas es aquélla de los cuadros donde se ve la Trinidad rodeada por una gran cantidad de ángeles y santos que le alaban y le sirven.
· Otra será el recordar al santo al que le prendemos velitas para que interceda por nosotros ante el Señor y nos conceda el favor que le pedimos. Claro que algunas personas pondrán de cabezas al pobre San Antonio para que le presente novio(a), o cubrirán al santo que se ha “portado mal” y no ha concedido el favor, etc.
· También podemos recordar el momento de la Comunión Eucarística, e incluso vendrán a nuestra memoria aquellas palabras que nos decían cuando éramos pequeños y, sin poder recibir el pan y el vino, nos consolaban invitándonos a hacer la “comunión espiritual”.
· Los más atrevidos serán capaces de resaltar aquellas experiencias “telepáticas” que han tenido en su vida.
·
Algunos podrán referirse a la experiencia de la
fe vivida en comunidad...
En fin, ¿qué es la comunión de los santos?
Pienso que es
todo lo anterior y mucho más. El P. Bazarra la define de la siguiente manera:
“La comunión de los santos es la comunión con las tres Divinas Personas y
con los millones de personas de toda la historia de la humanidad”
[1].
La definición de Bazarra incluye a todos, sin excepción. Ese es el reto
que nos planteamos los cristianos. Pero afirmar esto implicaría decir que más
que una comunión de santos es una comunión de pecadores, porque dejando por
fuera a María, el resto de la creación ha sido corrompida por el pecado. Basta
mirar a nuestro alrededor para confirmar la obra devastadora del pecado: hambre,
miseria, egoísmo, guerras... Ni siquiera aquéllos a quienes les decimos
“santos” han estado libre del pecado; en sus biografías encontramos páginas
de terrible lucha entre la obra de la gracia y la del pecado.
Sí,
todos nosotros verdaderamente vivimos sumergidos en el pecado, y lo primero que
podemos constatar es que en eso todos somos semejantes. Sin embargo, es el Espíritu
Santo quien vive en nuestro interior, motivando nuestro ser, porque “en Él
nos movemos, vivimos y existimos”.
Ya
desde hace mucho tiempo, tanto Pablo como la comunidad joánica que escribe el
Apocalipsis supera la dualidad entre ser santos y pecadores. Debemos partir de
la premisa “sólo Dios es Santo”, tal y como se presenta en el Antiguo
Testamento[2];
una santidad que le da un trato exclusivo, lo hace ser el Otro por excelencia[3].
Pero Dios no ha querido quedarse solo con su santidad, por lo que invita a cada
uno vivir en su gracia, “siendo santos como Él mismo es Santo”[4].
Pero,
¿cómo vivir esta santidad desde la realidad del pecado?
“Ser
perfectos como el Padre celestial” es un ideal de vida. No es algo que llega
de un momento para otro; de hecho, nunca podremos alcanzarlo por completo en
este mundo. Sin embargo, en la relación con Dios sucede como en la relación
con un amigo: mientras más se van conociendo, más van aprendiendo el uno del
otro y hasta comienzan a integrar en su ser palabras, gestos y actitudes del
amigo amado.
Eso
es la santidad: Buscar en todo momento ser amigo de Dios[5]. Así, sin darnos cuenta,
iremos dejándonos transformar por su Palabra, por sus ideales, por su amor.
Como
decía antes, en las cartas Paulinas y en el Apocalipsis, ya se aplica el término
“santos” a quienes buscan vivir la fe eclesial y dejan “cristificar” sus
vidas por esta presencia de Dios en la Iglesia[6].
Basado en ello el Catecismo de la Iglesia Católica nos da una definición muy
sencilla: “la comunión de los santos es precisamente la Iglesia”[7].
Creo
en la Comunión de los Santos
Si
nos detenemos a pensar por un momento en las dos definiciones que hemos visto de
comunión de los santos, la del CIC y la de Bazarra, vemos que no se distancian
mucho una de la otra. Bazarra plantea una realidad apocalíptica, que va más
allá de la historia (metahistórica, la llamarían los entendidos), cuando sean
reunidas todas las naciones bajo un solo pastor, en un solo rebaño[8].
Por su parte, la definición del CIC hace énfasis en la salvación que porta
Cristo y de la cual ha hecho mediadora a su Iglesia (realidad histórica), sin
que quiera decir que quienes no han conocido ese mensaje no sean salvados[9].
Así
vemos que las dos definiciones plantean una misma realidad: participar de la
comunión de los santos es una opción personal de la cual gozo al responder a
la llamada hecha por Dios en mi vida. Esta llamada a vivir en comunión podríamos
decir que abarca al menos cinco dimensiones:
a.
Comunión en Jesús
b.
Comunión en la fraternidad
c.
Comunión en la humanidad
d.
Comunión al partir el pan
e.
Ser un solo corazón y un mismo espíritu
En primer lugar, la comunión de los santos es un don que se basa en la
fe. Y el centro de nuestra fe es creer en Jesucristo, Hijo del Padre, que ha
muerto y resucitado por nuestra salvación.
Los primeros cristianos
supieron muy bien lo que era esta comunión en la fe, porque se jugaban la vida
por ella. Tenían signos muy concretos, gestos y símbolos que eran
incomprensibles para otros, pero que apenas los descubrían en alguien, sabían
que ése creía en Jesús y por ello existía una gran unión.
Hoy estamos llamados a unirnos en torno a Jesús, nuestro ideal. Él es
el “camino, la verdad y la vida”[10].
Él es el centro de nuestra comunidad y sin Él no podemos vivir la unidad ni
camina la Iglesia.
Para visualizar esta idea, imaginémonos que formamos parte de una rueda
de bicicleta, pero que no tenemos contacto con ningún punto de la
circunferencia siendo que formamos parte de ella. ¿Cómo pueden estar unidos
estos puntos y no desbaratarse la circunferencia? Si entre el centro (Jesús) y
estos puntos (nosotros) hay un “rayo” (Espíritu Santo) que sea de la
longitud del radio; así la rueda podrá girar y estará siempre referida al
centro, más que a su contorno.
Podemos estar unidos por muchos ideales, haber compartido juntos muchas
experiencias, pero solamente aquellas que se fundamentan en el amor de Jesús
son las que permanecen. Así lo he comprobado con amigos con quienes he
compartido mi fe desde hace 20 años.
La comunión con el otro no es siempre fácil. Una vez que se ha basado
la comunión en Jesús, el segundo paso es hacer comunión en la fraternidad. Fíjate
bien que no hablo de una comunión de amigos, sino de hermanos. Al amigo lo
puedo escoger y, a fin de cuentas, la amistad puede acabar. Pero el lazo de
sangre, la fraternidad, siempre estará allí: puedo negar a mi hermano, pero
eso no cambiará el hecho de que por toda la eternidad seremos hermanos...
Así, la comunión en la fraternidad implica aceptar al que está a mi
lado. Son estos los hermanos en el Espíritu que Dios me ha dado. No los he
escogido yo; Él los ha escogido para mí. Son un don, aunque en ocasiones pueda
pensar que son un fastidio. Son una alegría, aunque a veces me amarguen el
rato. Son mis hermanos, aunque yo quiera irme de casa como el hijo pródigo...
Pero, ¿acaso no soy yo en algunos momentos fastidio, tristeza, amargura y todo
eso de lo que me quejo para con ellos?
Comunión en la fraternidad es sabernos hechos del mismo barro, sabernos
pecadores y compartir el deseo de ser santos porque el Santo está en medio de
nosotros, uniéndonos y animándonos a caminar.
Esta comunión se puede favorecer con algunos gestos concretos, pero
sobre todo el amor fraterno tal como lo explica Pablo en el himno a la caridad
(1Cor 13) y la oración común.
El “ser humano” me da características básicas que comparto con
millones de millones de personas que han existido desde el génesis de la
humanidad. Características que van más allá del color de la piel, de la
cultura, de los rasgos físicos, de las diferencias económicas o sociales...
Ser humano es vivir las dimensiones de la carne y el espíritu, con toda la
complejidad que ellas contienen; es saberme creado a imagen y semejanza de Dios[11],
apenas poco inferior a él, coronado de gloria y grandeza, aunque indigno de
todos esos dones[12].
Por esa grandeza que Dios ha visto en la humanidad, ha decidido
encarnarse llamándonos hermanos. Él se ha hecho solidario con el sufrimiento
de la humanidad, vaciándose de sí mismo y viviendo su perfección por medio
del sufrimiento, llegando a la muerte de Cruz[13].
En su obra redentora se hacía un quiebre temporal en la historia, en el cual la
eternidad (donde se encuentran pasado, presente y futuro) se hacía presente
para llegar a los millones de millones de hombres y mujeres de toda la historia.
Compartir nuestra naturaleza humana nos hace ser hermanos con toda esa
humanidad de la historia. No estoy yo como hombre postmoderno separado en
lo más profundo de mi ser del pithecantropos erectus, ni lo estaré del
último de la historia. En Jesús pasamos todos de ser hominus pecatoris
a ser hominus redemtus.
Así, me encuentro profundamente ligado, en comunión con toda la
humanidad. Esta comunión implica saberme igual al otro en dolor y alegría, en
dignidad y caída...
El CIC lo formula de la siguiente manera:
Los tres estados de la Iglesia. “Hasta que el Señor venga en su esplendor con todos sus ángeles y, destruida la muerte, tenga sometido todo, sus discípulos, unos peregrinan en la tierra; otros, ya difuntos, se purifican; mientras otros están glorificados, contemplando «claramente a Dios mismo, uno y trino, tal cual es»”[14].
Toda la humanidad está llamada a participar de la gloria eterna. Aunque
para ello, por exigencia del amor, debamos hacernos solidarios con quienes son
los sufrientes de la historia que, por acción de la gracia, son el rostro de
Dios[15].
Encontramos en el capítulo 24 del Evangelio de Lucas: “Y mientras
estaba con ellos a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. Se
les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista”[16].
Es al partir el pan donde se reconoce la presencia de Jesús en medio de
nosotros: es su cuerpo el que se nos da en el sacramento de la Eucaristía; es
el cordero pascual que nos une como pueblo elegido de Dios, salvándonos del ángel
exterminador; es el Mesías que ha llegado a salvar a los pobres de Israel.
Esta comunión sacramental es sabernos unidos con, por y
en Jesús. Es en la Eucaristía donde nos sabemos parte de una comunidad, de
un pueblo que está en camino.
Al comprender que al decir las palabras de la Consagración en la
Eucaristía son dichas en nombre de tres personas concretas[17]:
el mismo Jesucristo, la comunidad que celebra y quien preside, se entiende que
la comunión es una unión de profunda entrega al estilo de nuestro Mesías.
“Tomen y coman porque esto es mi cuerpo que será entregado por ustedes”. La
entrega de Jesús que nos lleva al servicio mutuo, al aceptarnos, a vivir el
sentido de ser corderos que estamos en las manos de Dios. “Tomen y beban todos
de él, porque este es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y
eterna que será derramada por ustedes y por todos para el perdón de los
pecados”. La comunión con los pecadores, aún aquellos que puedan parecer
perdidos, lleva a vivir el amor en el extremo, incluso al martirio que derrama
su sangre en fidelidad a Dios y a los hermanos. “Hagan esto en conmemoración
mía”. Cada vez que celebramos la eucaristía hacemos una ruptura en la
historia y participamos de la muerte y resurrección de Jesucristo. Ésta es la
plenitud de la comunión: ser uno en él trascendiendo tiempo y espacio.
Ése es el sentido de la comunión Eucarística: comer y beber el cuerpo
y la sangre del Señor. Ser uno en él, dejándonos habitar por su ser y dejando
el nuestro en sus manos.
Pero
no únicamente como individuos sino como todo un pueblo. Antiguamente era mucho
más fácil comprender esta idea de la unión en el Señor, ya que todos comían
del mismo pan y bebían del mismo cáliz, símbolos del único cuerpo que
formamos, la Iglesia, cuya cabeza es Cristo.[18]
Estar
unidos en la Eucaristía una idea difícil de comprender, pero que desde la fe
nos da la esperanza de sabernos unidos por la eternidad en Jesús. Antes de
salir por un tiempo de mi país, dije en la última eucaristía que celebré con
mis amigos: “Nos seguimos encontrando en la Eucaristía”. En esta frase
incluía todo lo que es para mí la comunión de los santos al partir el pan:
encuentro profundo, oración por y con el otro, saber a Jesús como centro de la
amistad y de la vida... Algún tiempo después me escribió un joven: “Sabes,
ayer cuando comulgué, quise "sentir" cómo te abrazaba, para ver eso
de encontrarse en la eucaristía...”. Un abrazo en Jesús, un encuentro que
rompe cualquier barrera, una verdadera expresión de fe en el Resucitado.
Los frutos de la comunión Eucarística se ven en la vida de la
comunidad. Así lo vivieron las primeras comunidades cristianas, cuyo escuchar
la enseñanza de los apóstoles, la fracción del pan y las oraciones les
llevaba a la solidaridad[19].
La comunión de bienes es un gesto concreto de la comunión en el Espíritu.
Consiste en vivir dando al mundo el puesto que tiene de estar al servicio de la
humanidad, superando la barrera de la posesión egoísta para que todos se
beneficien de la creación dada por Dios. También son testigos de ello los
primeros cristianos[20],
aunque no faltaron en este contexto quienes cayeron en la tentación del
aparentar y el egoísmo viviendo una falsa comunión de bienes[21].
Ser un solo corazón y un mismo espíritu es una exigencia de la
solidaridad. Ésta es la forma de vivir la comunión perfecta haciéndose uno
con aquellos a quienes nadie desea y liberándose en el Espíritu para amar[22].
Todos hemos nacido en un lugar y tiempo concretos. Ésa es la historia
que Dios nos ha regalado para vivir, y debemos luchar contra la tentación de
hacernos mundos ilusorios tan lejanos de la realidad que en lugar de impulsarnos
nos dejen estancados, sin fuerzas ni ánimos para continuar.
A ti hoy te toca vivir en tu realidad juvenil. Ya has dejado atrás la
infancia y el mañana está en manos de Dios. Es hoy, al comienzo del tercer
milenio, cuando tienes que vivir el don de la Santidad. Recordemos las palabras
del Papa Juan Pablo II en su mensaje a los jóvenes para la preparación de la
XV Jornada Mundial de la Juventud:
¡Contemplen
y reflexionen! Dios nos ha creado para compartir su misma vida; nos llama a ser
sus hijos, miembros vivos del Cuerpo místico de Cristo, templos luminosos del
Espíritu del Amor. Nos llama a ser "suyos": quiere que todos seamos
santos. Queridos jóvenes, ¡tengan la santa ambición de ser santos, como Él
es santo! Me preguntarán: ¿pero hoy es posible ser santos? Si sólo se contase
con las fuerzas humanas, tal empresa sería sin duda imposible. De hecho conocen
bien sus éxitos y fracasos; saben qué cargas pesan sobre el hombre, cuántos
peligros lo amenazan y qué consecuencias tienen sus pecados. Tal vez se puede
tener la tentación del abandono y llegar a pensar que no es posible cambiar
nada ni en el mundo ni en sí mismos.
(...)
Con Cristo la santidad -proyecto divino para cada bautizado- es posible. Cuenten
con él, crean en la fuerza invencible del Evangelio y pongan la fe como
fundamento de su esperanza. Jesús camina con ustedes, les renueva el corazón y
les infunde valor con la fuerza de su Espíritu.
Jóvenes
de todos los continentes, ¡no tengan miedo de ser los santos del nuevo milenio!
Sean contemplativos y amantes de la oración, coherentes con su fe y generosos
en el servicio a los hermanos, miembros activos de la Iglesia y constructores de
paz. Para realizar este comprometido proyecto de vida, permanezcan a la escucha
de la Palabra, saquen fuerza de los sacramentos, sobre todo de la Eucaristía y
de la Penitencia. El Señor les quiere apóstoles intrépidos de su Evangelio y
constructores de la nueva humanidad.[23]
Estás invitado a vivir este don de Dios desde tus características
juveniles. Dios te ama así como eres, y aunque puedes ser mejor (¿quién de
nosotros no lo puede?), tienes algunas potencialidades en ti que son propias de
tu edad.
La alegría es la característica principal de quienes participan de la
santidad Divina. Así lo atestiguan grandes y pequeños santos: Francisco de Asís,
Teresa de Lisieux, Maximiliano Kolbe, Martín de Porres, Rosa de Lima... Ellos
han descubierto que “la alegría es el resultado de una comunión
humano-divina y tiende a una comunión cada vez más universal”[24].
Pero,
¿en qué consiste esta alegría? Es llegar a establecer la armonía con la
naturaleza, con Dios y con los demás, descubriendo en el propio ser el sentido
de estar creados a imagen y semejanza de Dios.
Debes
retomar la alegría en tu vida. Ésta es la característica fundamental de la
juventud, ya que al ser fuertes contra el pecado perseveran en la Gracia y
pueden mantener la unidad fundamental a la que está llamada la humanidad[25].
Hay
tantos jóvenes que a pesar de su corta edad ya están cansados de vivir. Otros
buscan esta alegría colmando su egoísmo natural, y quedan más vacíos que al
principio. Sin embargo, tú querido joven, has sido llamado a ser fiel a los
ideales más altos que el mismo Dios ha propuesto a la humanidad[26]. La Iglesia confía en
que la labor propia de los jóvenes, como es ser portadores de esperanza y alegría,
sea llevada a cabo con fidelidad. ¡No dejes apagar la luz del Espíritu en ti
por pequeñas dificultades que se encuentren en el camino!
Ser joven hoy también significa vivir a tope, sintiendo y pensando todo
lo que sucede alrededor del propio ser. Ciertamente en una gran cantidad de jóvenes,
están presentes muchas realidades que apabullan cualquier rasgo de esperanza:
vacíos afectivos por rupturas familiares que pueden presentarse explícitamente
(divorcios, separaciones, etc.) o implícitamente (los familiares dan más
importancia a otras cosas o personas, exceso de trabajo...); presencia de la
droga que destruye la vida; escape al sexo fácil con consecuencias graves a los
distintos niveles; embarazos precoces; dificultades financieras; materialismo
inhumano que lleva al mismo asesinato; centros escolares insuficientes...
Son muchos los dolores que tienen los jóvenes de hoy. Pero el dolor más
grande es la muerte de la esperanza. Por eso, tú que has encontrado en
Jesucristo esa esperanza estás llamado a acercarte, como el buen samaritano, al
dolor del otro, escuchando, sintiendo su angustia y haciéndola parte de la
Iglesia[27].
Pero no es solamente el sufrimiento del otro el que se debe asumir. Es
también el propio sufrimiento el que se debe enfrentar. Y ser cristiano a
comienzos del tercer milenio es continuar cargando con la propia cruz impuesta
por la sociedad, hoy con más fuerza que nunca: la cruz de enfrentar la cultura
de lo efímero, de lo fácil, de la irresponsabilidad y el olvido del otro[28].
Jesucristo con su resurrección nos ha dado el sentido de la esperanza en
medio de la desesperanza. La vida ha vencido a la muerte; lo irremediable ha
encontrado solución.
Ya
en el momento de nuestro bautismo nos hemos hecho partícipes de esta esperanza.
En un tiempo como el nuestro, estamos llamados a vivir con mayor plenitud la
gracia bautismal y saber esperar al pie de la cruz como María, María Magdalena
y el discípulo amado. Muchas veces las soluciones a los problemas del mundo no
están en nuestras manos, como no lo estaban en las de quienes vieron morir a
Jesús, pero Su Palabra está con nosotros y somos portadores de esa noticia
mientras esperamos la redención total del universo.
Hoy
más que nunca la humanidad tiene necesidad de quienes crean en un futuro lleno
de la presencia de Dios. Contra la tesis de Fujuyama sobre la no existencia del
futuro se yergue la Palabra del Evangelio que nos afirma la presencia de Jesús
con nosotros hasta el fin del mundo[29].
A
ustedes, jóvenes, se les ha confiado el “libro de la vida”[30]. No dejen que ese libro
se quede con sus páginas en blanco, escriban en ellas una nueva historia llena
de verdaderos esfuerzos de comunión en santidad. Así, serán portadores de la
esperanza y harán realidad aquélla depositada por los adultos en ustedes.
Vivir
este reto de la comunión de los santos en tu propia vida implica hacerlo
estando plenamente en el mundo, pero sin ser del mundo. Quien tiene sus valores
claros, puede conseguir este reto de ser plenamente joven sin dejarse seducir
por tantos llamados a la mediocridad y al egoísmo.
La
juventud es una actitud ante la vida, un valor que se aprende y se lleva consigo
si estamos abiertos al encuentro continuo e intempestivo con el otro y con el
Espíritu.
Pero
para ello hay que llevar consigo el riesgo. El joven no mide peligros y se
entrega por completo al ideal que ha captado el corazón. Por eso recuerda que
Jesucristo no desea arrebatarte tu vida, sino que quiere dártela para que la
vivas con mayor plenitud[31].
Ser joven en el mundo hoy es arriesgar la propia vida gestando nuevos caminos
que lleven a la comunión plena y total de la creación con su creador.
La juventud es la etapa en la vida en la cual se construye la
personalidad. Siempre tendremos opciones para “ser personas”. Podremos ser
abiertos o cerrados; amables o antipáticos; comunicativos o escaparates... Tú
serás verdaderamente la persona que te propongas ser.
Por esto, no es una tontería afirmar que podrás vivir en verdadera
comunión o podrás ser divisor de la comunidad. Todo depende de lo que te
propongas hacer de tu vida...
¿Que los otros te hacen esto o aquello? Tú puedes romper con esa
amistad o puedes decidir vivir el don de la misericordia. ¡Recuerda que también
eres humano y estás hecho del mismo barro!
Sin embargo, al pensar en la palabra joven, una de las primeras cosas que
vienen a la mente es el sentido de fiesta, de diversión, pero no en solitario
sino en grandes grupos. Sí. Toda esta alegría que estalla en el baile o el
compartir de amigos puede vivirse con gran profundidad aunque también puede
estar lleno de vacío. La clave está en el sentido de comunión que se tenga en
la vida. Si vibro con mi grupo, siento cómo la vida llega a mí, pero si me aíslo
y veo cómo otros se divierten sin atreverme a participar, la frustración se
apodera de mí y me lleva a cerrar el corazón, muriendo a los otros.
Tal vez has vivido las dos experiencias y es ahora cuando te toca abrir
tu corazón a los demás para aprender a morir a ti. Este es el sentido de la
comunión, recuerda que tu vida también es pan eucarístico que se entrega.
Entonces ¿cómo podemos vivir la comunión? Pienso que
fundamentalmente debemos partir de cuatro niveles:
a.
En Comunión con Dios
b.
En Comunión con el Mundo
c.
En Comunión con mis Hermanos
d.
En Comunión Conmigo Mismo
Ya lo hemos dicho antes, pero vale la pena repetirlo aquí. Desde el
momento de tu bautismo te haces portador del don del Espíritu Santo. Él es
quien te da las palabras para orar, Él impulsa tu vida hacia la fidelidad a la
Palabra, Él derrama sus dones en tu corazón...
Pero no es quien diga Señor, Señor, sino quien obedezca al Padre el que
está en comunión con Dios. Sé que te preguntarás cómo saber cuál es la
voluntad del Padre para poderle obedecer. Para descubrirla solamente tengo una
respuesta: fidelidad en la oración (aunque no te diga nada, no sientas nada o
creas que pierdes el tiempo); sinceridad en la reconciliación, haciendo del
rito sacramental una extensión que llegue a la vida y te lleve a crear nuevos vínculos
con los demás; y alimentar la fe con el Pan de la Palabra y el Pan de la
Eucaristía.
Solamente Dios te puede indicar el verdadero camino para tu plena
realización personal. Por eso necesitas establecer estos vínculos profundos de
comunión con él.
La naturaleza ha sido creada para el hombre. Es en ella donde podemos
percibir los rasgos de su creador. Romper en la vida con esta creación
significa aislarse y dejarse en las manos de la autosuficiencia, cayendo en la
propia idolatrización. Necesitamos sabernos creaturas, limitados y finitos.
Aquél que ha vivido con mayor radicalidad el seguimiento a Jesús de
Nazaret, Francisco de Asís, entendió perfectamente la necesidad de esta comunión
con la naturaleza. Tanto que llegó ha hacer al resto de las creaturas sus
hermanos y hermanas: hermano sol, hermana luna y las estrellas, hermano viento,
hermana agua, hermano fuego, hermana madre tierra[32]...
Al sentirse pequeño, el pobrecillo de Asís, se hacía grande ante los ojos de
Dios y éste le bendijo con el don de la paz, fruto de la comunión total.
Pero estar en comunión con el mundo también implica estar en tensión
con el mundo. El corazón mezquino del hombre ha transformado este
sentido de unidad y con el ansia de colocarse por encima de lo creado, ha
resultado siendo esclavo de su propia colaboración a la creación: cuántos jóvenes
y adultos atados al consumismo en cualquiera de sus formas (intelectual,
material y hasta “espiritual”), cuántos viven en función del aparentar, en
el deseo de dominar... La idolatría está presente como gran peligro y si no
dejamos a Dios el puesto de Dios, otros lo tomarán y robarán nuestro corazón.
Esta tensión no puede llevarnos a escondernos, sino a afrontar la vida en todos
sus ámbitos para evangelizarla y llenarla de sentido creatural[33].
En nuestra etapa de juventud muchas veces pensamos que nos las sabemos todas. ¡Cuántos errores cometemos por nuestra estrechez de corazón! ¡Cuántas tonterías que nos llevan a dejar de lado a los amigos!
Los golpes de la vida van ablandando el corazón, y así se aprende, como lo ha hecho el hijo pródigo, el sentido de la misericordia.
Somos exigentes, lo que es muy bueno, pero no podemos ser despiadados. En la película “Casi Famosos”[34] el protagonista recibe un consejo que, supuestamente, lo llevaría a la fama: “En tus críticas debes ser sincero y despiadado”. La primera parte del consejo es cierta y lleva a fortalecer la comunión con los hermanos, pero la segunda separa radicalmente y corta todo tipo de comunión. Estoy seguro de que para vivir la perfecta comunión se debe ser sincero y misericordioso, imitando en nuestras relaciones personales la relación que experimentamos de Dios con nosotros; tendiendo en nuestra comunión a la relación intratrinitaria donde a pesar de ser personas diferentes son una misma unidad.
El ser humano sigue siendo un misterio para sí mismo. La comunión fraterna también lo es. Me refiero a aquella que se da cuando Jesús es el nexo entre dos almas; aquella que lleva a sentir lo que siente el otro sin diferencia de distancia. Cuentan que los gemelos son capaces de tener algunos sentimientos iguales, estando en íntima comunicación. Podríamos afirmar, y soy testigo de ello, que la comunión fraterna lleva a tener los mismos sentimientos a pesar de la distancia. Esa comunión me lleva a ser verdaderamente un solo corazón y un mismo espíritu con el otro. Misterio de comunión fraterna.
También podríamos mencionar aquí ese misterio de la comunión con quienes ya gozan de la plenitud de la presencia de Dios. Hay testimonios sobre la comunión existente entre algunos santos que han llegado a sentir la muerte de su amigo con visiones o percepciones muy fuertes; tal es el caso de María de Chantal y Juan Vicente de Paúl, quien en el momento de morir la santa veía cómo su amigo Francisco de Sales la recibía en el cielo. Este ejemplo también nos sirve para ver cómo nuestros amigos que se encuentran con Dios están continuamente intercediendo por nosotros, esperando, desde la eternidad, el momento de volvernos a encontrar. ¿Acaso no será el cielo la gran experiencia de vivir la plenitud del amor que apenas aquí comenzamos a realizar en nuestros amigos?
Para aprender a vivir la comunión de los santos, se te presenta la gran tarea de vivir la amistad que lleve a la fraternidad y la fraternidad que se exprese en gestos de amistad.
Hoy existe una gran preocupación y búsqueda por sentirse bien consigo
mismo. Es cierto que no se puede subestimar la autoestima, mucho menos cuando se
es joven. Pero tampoco se debe confundir lo que es autoestima con egoísmo egocéntrico.
La oferta de Jesús sólo es válida si el joven sale de sí y se entrega;
recuerda al joven rico que se fue triste...
Estar en comunión consigo mismo no consiste vivir haciendo “lo que me
da la gana”, sino vivir siendo cada día más y mejor persona. Para ello debo
comprender el sentido de la entrega. Si recorremos rápidamente el ciclo básico
de la vida humana veremos que el hombre y la mujer nacen, crecen, se reproducen
y mueren. De cuatro acciones básicas, al menos dos de ellas implican un salir
de sí para realizarse: reproducirse y morir.
Estar en comunión consigo mismo es encontrar la paz profunda que da el
saberse en las manos de Dios, entregando todo para que su plan de salvación se
cumpla. Es pasar de ser un yo-yo a un yo-para-los-demás.
Únicamente cuando las cuatro áreas anteriores han sido armonizadas y
equilibradas, se puede decir que se vive en comunión.
Hemos visto que no es fácil lograr esta comunión hoy, sobre todo en un
mundo que confunde espiritualidad con espiritualismo y materialidad con
materialismo. Sin embargo, es el reto que se le plantea al joven cristiano de
hoy: hacer de su vida un signo de la comunión de Dios con la humanidad.
Resumiendo todo lo anterior, podríamos plantearnos algunos retos
concretos para vivir la verdadera comunión de los santos:
1.
El reto de una relación con Dios fuerte, al estilo juvenil, que ayude en
el crecimiento personal. Como ya se ha dicho, es indispensable la oración
constante, la vida sacramental (especialmente eucaristía y reconciliación) y
la coherencia entre la fe y la vida.
2.
Vivir la relación con la naturaleza sabiéndonos criaturas y
reconociendo allí nuestro espacio vital.
3.
Discernir continuamente en la relación con el mundo qué es de Dios y qué
lleva a la división.
4.
Vivir la alegría en toda su plenitud. Para ello es importante ser signo
de esperanza, en medio del dolor, para los demás jóvenes.
5.
Mantener las relaciones con los demás recordando que somos del mismo
barro y por ello no podemos menos que ser sinceros y misericordiosos.
6.
Plantear la propia escala de valores que lleve a una unidad en la vida,
dejando atrás la fragmentación que producen las máscaras y la hipocresía.
7.
Vivir la propia vida con alegría y agradecer la propia historia.
Creer
en la comunión de los santos es creer en la acción del Espíritu en la
historia y saber que estamos unidos con toda la humanidad de la historia, por
medio de Jesucristo, en nuestro camino al Padre. Es una invitación a abrirse a
Dios, al otro y a uno mismo, para llegar a ser imagen y semejanza del Creador.
Néstor
A. Briceño L, SDS
Roma,
15 de mayo de 2001
[1]
BAZARRA, Carlos. Creo en la Comunión de los Santos. Celam. Santafé
de Bogotá. 1997. pp. 92.
[2] Cfr. Is 40,25; Is 45,21; Gn 14,20...
[3]
Cfr. GRILLI, M. “Siate Santi perché Io Sono Santo” (Lv 19,2). La
Santità Nell’Antico Testamento: Separazione o Appartenenza?
en AAVV. La Santità.
Chirico. Napoli. 2001. pp. 13-27.
[4]
Cfr. Lv 19,2
[5]
Esta es una definición que leí hace algún tiempo en un libro de Segundo
Galilea, titulado “El Pozo de Jacob”. Desde entonces me ha acompañado y
he intentado integrarla en mi espiritualidad.
[6]
Cfr. VANNI, H. La Santità Nell’Apocalisse en AAVV. La Santità.
Chirico. Napoli. 2001. pp. 41-52.
[7]
Catecismo de la Iglesia Católica. 946.
[8]
Cfr. Jn 10,16
[9]
Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica 846 y ss.
[10]
Jn 14,6
[11]
Cfr. Gen 1,26 ss.
[12]
Cfr. Sal 8
[13]
Es muy interesante leer paralelamente Fil 2,5-11 y Hb 2,5-18. Allí se
explica claramente cómo la humanidad de Jesús porta nuestra salvación.
[14]
Catecismo de la Iglesia Católica. 954.
[15]
Cfr. Mt 25
[16]
Lc 24,30-31
[17]
Ciertamente esta intuición la tuve en la celebración de mis primeras
eucaristías, pero luego la confirmé en un libro de Mons. Cristian Precht.
[18]
Como se ve, esta parte está fundamentada en los textos paulinos sobre la
eucaristía y el cuerpo místico de Cristo. Entre otros, se resaltan: 1Cor
10,14 ss; 11,23 ss; Rom 12.
[19]
Cfr. Hch 2,42-47
[20]
Cfr. 4,32-37
[21]
Cfr. 5,1-11
[22] Cfr. Mt 19,16-30; Mc 10, 17-31; Lc 18,18-30
[23]
Juan Pablo II. Mensaje para la XV Jornada Mundial de la Juventud.
2000.
[24]
Pablo VI. La alegría
en el Corazón de los Santos. Gaudete
in Domino. 1975.
[25]
Cfr. 1Jn 2, 13b-14
[26]
Cfr Pablo VI. La
alegría y la Esperanza en el Corazón de los Jóvenes.
Gaudete…
[27] Cfr. Gaudium et Spes, 1
[28]
Cfr. Juan Pablo II. Mensaje para la XVI Jornada Mundial de la Juventud.
2001.
[29] Cfr. Mt 28, 20
[30]
Cfr. Juan Pablo II. Mesaje para la XV...
[31]
Cfr. Juan Pablo II. Mensaje para la XVI...
[32]
Cfr. Francisco de Asís. Cántico de las Creaturas.
[33]
Cfr. Juan Pablo II. Cristifideles Laici. 1988.
[34] Crowe, Cameron. Almost Famous. Dreamworks. 2000.