Algunos Elementos para un Proceso Vocacional

  

                    ¿Es que tu Dios amado no te ha dado una señal clara del fin para el cual has sido llamado, cuando te concedió la más grande alegría, consuelo y paz del corazón en el ejercicio del celo por las almas?

Francisco Jordán. Diario Espiritual.                            

 

            Hablar de procesos en un mundo que cada día confía más en lo espontáneo y vive sin comprometerse, puede resultar incómodo. Hablar de la vocación como un encuentro de voluntades que parte del llamado que recibo del Otro para realizarme, en medio de una juventud que busca su autorrealización sin escuchar más que lo que le dicta el propio corazón, puede parecer un absurdo. Y pensar en algunos elementos comunes que ayuden a identificar el llamado que Dios hace a la persona concreta, sabiendo que Dios llama a cada uno cuando quiere y como quiere, podría ser para algunos una necedad.

             Sin embargo, cada uno de nosotros ha vivido en carne propia la incomodidad, el absurdo y la necedad del encuentro de estas dos voluntades (la de Dios y la propia), y la pasión por invitar a otros a compartir la alegría de la “perla”[1] que hemos descubierto. Lo hacemos con alegría y con pasión porque sabemos que Él es nuestro Salvador. Por eso decimos con el apóstol Pablo:

La necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres. ¡Miren, hermanos, quiénes han sido llamados! No hay muchos sabios según la carne ni muchos poderosos ni muchos de la nobleza.  Ha escogido Dios más bien lo necio del mundo para confundir a los sabios. Y ha escogido Dios lo débil del mundo, para confundir lo fuerte. Lo plebeyo y despreciable del mundo ha escogido Dios; lo que no es, para reducir a la nada lo que es. Para que ningún mortal se gloríe en la presencia de Dios. De él viene que estén en Cristo Jesús, al cual hizo Dios para nosotros sabiduría de origen divino, justicia, santificación y redención, a fin de que, como dice la Escritura: El que se gloríe, gloríese en el Señor.[2]

             Sabiendo que Dios nos ha regalado el don de ser acompañantes de aquellos escogidos por Él para vivir a plenitud su fe, también descubrimos las herramientas para poder realizar este trabajo. Por eso acudimos a la teología, la pedagogía y la psicología, que con nuestra oración tanto personal como comunitaria, nos ayudan a discernir junto con los otros la vocación a la que Dios les llama. 

           Así que comencemos por explicar los términos que dan el título a esta charla, para continuar luego con algunos ejemplos y propuestas concretas.

 

1.       Descripción de los términos

          La vocación, como ya hemos insinuado, es el llamado hecho por Dios a cada ser humano para que encuentre su lugar en la Iglesia y en el mundo, participando así de la misión evangelizadora de la Iglesia y caminando hacia la comunión total con Dios y con los hombres. Es en la escucha y puesta en práctica de esta llamada, donde la persona encuentra su realización y participación en la vida trinitaria de Dios. A la respuesta a este llamado se llega por medio de un diálogo, en el cual la persona también elige en plena libertad –y responsabilidad- acoger su vocación[3].

Deseo enfatizar que la llamada Pastoral Vocacional, la cual se ha convertido en muchos casos en una “pesca de sacerdotes”, es una labor para toda la Iglesia, por lo que se debería trabajar con una mayor visión global, consiguiendo no solamente sacerdotes de una determinada congregación, sino descubriendo a lo que Dios está llamando a esa persona aunque no sea lo que nosotros deseamos[4]...

Se habla también de un proceso. Esta palabra denota un camino recorrido desde un punto inicial hasta otro final; pero es un camino con etapas definidas. Eso es lo que facilita la evaluación del caminar. Cuando se va en una peregrinación a pie, cada noche hay una estación en la cual se evalúa el recorrido del día y se planifica para el siguiente; se puede disminuir o acelerar la marcha, eso dependerá del grupo o persona en cuestión, pero lo importante es el encuentro con Dios durante ese caminar.

No se plantean procesos rígidos, porque la Gracia no puede ser “encajonada”. Pero sí se habla de algunos elementos básicos. Estos elementos son aspectos que deben estar contenidos en el proceso vocacional para que se pueda verificar claramente la llamada de Dios.

            En este punto deseo hacer un alto para llamar a la reflexión sobre algo que siempre me ha preocupado. No sé si ustedes están conscientes del nivel de responsabilidad de cada uno de los promotores vocacionales: trabajamos como intérpretes de la voz del Espíritu para esa persona en cuestión y en cada proceso está en juego el futuro tanto del acompañado como de la propia comunidad. Nuestra falta de oración y discernimiento son reflejados posteriormente en el sufrimiento de otros, pero si somos fieles a nuestra labor, la paga será la paz y la profunda alegría de los acompañados.

Vuelvo al aspecto de los elementos. Cada proceso vocacional, a lo largo de la historia, ha sido una profunda relación entre Dios y la persona en cuestión. Si nos detenemos a estudiar los “movimientos” o “estrategias” del Espíritu, veremos que existen algunas constantes comunes. Descubrir esos elementos y concienciar al “acompañado” de ellos, es nuestra labor.

 

2.       Procesos Vocacionales en la Biblia

Si tomamos cualquier personaje en la Biblia, desde Adán hasta Pablo, veremos que ha habido un proceso de relación entre Dios y él. En ese proceso podemos identificar los siguientes elementos básicos:

a)       Un primer contacto con la fe: Ya sea por tradición recibida o por escuchar testimonios de fe. Lo cierto es que siempre encontramos que la historia personal ha ido preparando el terreno para ahondar en la profundidad de la fe[5].

b)       Un momento en el cual se escucha claramente el llamado: En toda historia vocacional se va desarrollando un cuestionamiento interno que lleva a ver la propia vida con una comparación entre la historia vivida y el porvenir. Es en este momento cuando la persona se interroga existencialmente[6]. Podemos hablar de un llamado en estereo: por un lado es Dios quien llama, por el otro, la propia insatisfacción se convierte en un llamado a realizar algo que va más allá, que lleva a la profundidad del propio “ser”. En la Biblia se usa mucho la imagen de Dios que llama y desinstala; es el mismo esquema que sigue Jesús con sus discípulos...

c)       Intuición de una misión: Dios llama para algo en específico. Confía una misión que puede ser explícita en un primer momento o descubierta posteriormente. Es una misión personal y comunitaria; personal porque es fiada a ese individuo específico el cual posee dones característicos para ello, y es comunitaria porque se concreta en medio de la Iglesia realizándola con y en ella[7].

d)       Momento de duda e indecisión: Quien verdaderamente escucha el llamado, ve su pequeñez para la obra confiada. Duda de la veracidad del mismo porque no se cree capaz para ello; por otra parte, salir de la instalación es difícil y será más de una vez el gran “impedimento” para seguir el llamado.

e)       La señal que sella el pacto: Dios presenta en el camino a personas o situaciones que servirán de señal para convencer al individuo de que realmente lo llama a él.

f)         La libre elección: El “llamado” responde libremente. No se elige entre una sola opción que es “buena” y las demás que son “malas”, pero descubre en su elección las bondades que le dan mayor valor para su vida. La respuesta también es sellada por el “sí” humano, en plena responsabilidad y conciente de las consecuencias.

            Es interesante resaltar que esos elementos bíblicos se encuentran presentes en cualquier tipo de vocación: profetas, reyes, matrimonios, apóstoles... En nuestros días diríamos que son elementos característicos de la vocación cristiana en cualquiera de sus formas de vida particular. Por eso encuentro este proceso bíblico tan válido para el mundo de hoy, donde a los jóvenes les falta tanto discernimiento para la elección del estado de vida.

 

3.       Las etapas de la Promoción Vocacional

3.1    Las etapas presentadas por la Ratio

            La Ratio, tal como veremos en la próxima ponencia, presenta cinco etapas del proceso vocacional[8]. Para nombrar cada una de estas etapas, la base ha sido la parábola del sembrador[9]: sembrar, acompañar, educar, formar y reconocer el don.

            No pretendo adelantar aquí la crítica a la Ratio, sin embargo, se hace necesario esta pequeña explicación y referencia para poder relacionar con nuestra realidad lo que continua.

            Cuando se habla de sembrar, en la Ratio se plantea como un primer paso. Estoy seguro de que hoy en día no es un paso pequeño, ya que antiguamente “la tierra” había sido preparada fundamentalmente por la familia, luego la escuela y la parroquia, y existía una cultura con valores cristianos muy marcados.

            Pero en esta época llamada “post-cristiana”, el trabajo del sembrador se hace fundamental en la Pastoral Vocacional. Si antiguamente se podía esperar a que los jóvenes acudieran a la Iglesia para pedir ser recibidos como candidatos a la vida religiosa o para casarse, actualmente se debe salir al encuentro de los jóvenes para caminar con ellos en un proceso que les haga cristianos. Luego podremos hablar de “vocaciones”.

            Por otra parte, acompañar, educar y formar, tal y como se explican en la Ratio, no forman etapas de un proceso, sino actitudes y contenidos que se presenten en un proceso[10]. Se identifica educar con el aspecto humano y relacional de la persona, y formar con el área teológica cristiana.

 

3.2    El punto de partida real en los jóvenes de hoy...

            Es interesante estudiar la vida de los grandes santos. Y más interesante aún es constatar que aquellos que han abrazado la fe de manera más radical han vivido los primeros años de su juventud en el ruido del mundo. El Padre propició el encuentro de ellos con la Iglesia, portadora de la Palabra. ¿Qué hubiera sido de Agustín, Francisco, Ignacio o el mismo Jordán –tan solo por mencionar algunos- si la Iglesia misionera no hubiera estado en contacto con sus vidas?

            Creo que la Iglesia se está perdiendo de muchos Agustines, Franciscos e Ignacios por falta de una evangelización profunda y arriesgada en la juventud. Ése es el punto de partida para una pastoral vocacional[11]: la vida de los jóvenes, quienes de por sí están buscando construir el futuro[12]. Ésta es la tierra que Dios nos ha dado para abonarla y prepararla a la escucha de la Palabra.

            El “director de pastoral vocacional” de cada una de nuestras unidades Salvatorianas, o sea nosotros, no puede estar sentado en un escritorio esperando a que lleguen candidatos o lamentándose por la ausencia de éstos. No. El promotor vocacional que exigen nuestros tiempos es aquél que prepara la tierra para sembrar la palabra, con esperanza y dispuesto a comenzar siempre de nuevo. La razón para ello lo dice claramente Catalá: “El seguidor y la seguidora de Jesús son aquellos que saben que donde hay hombres y mujeres hay criaturas de Dios y donde hay criaturas de Dios siempre hay tarea y no cabe la desolación”[13].

            Alguno me podría decir que en este último apartado no hemos hablado de los elementos para el proceso vocacional. La observación no estaría equivocada si partiéramos de un concepto tradicional de proceso vocacional, donde el proceso de conversión nada más se da en el candidato. Sin embargo, el primero que debe estar consciente de su llamada continua y de su “desacomodarse” e “incomodarse” para estar al servicio del Reino, es el promotor vocacional. El éxito de su trabajo dependerá en gran parte de la capacidad que tenga para dejarse cuestionar, porque a fin de cuentas, no es el dueño de la mies sino un simple colaborador y su patrón –el mismo Dios- puede decidir la forma que desee para comunicarse con él.

 

3.3    La tarea más difícil: la animación vocacional “ad intra”

              Así, surge una etapa para un proceso vocacional que es la concientización de los agentes de pastoral vocacional. Esto quiere decir, siguiendo nuestras Constituciones y Directorio General, debemos hacernos conscientes de que “es una tarea de todos los miembros buscar vocaciones” (DG 6.2). Implica un trabajo hacia el interno que no es siempre fácil, pero es necesario para renovar nuestra propia vocación[14].

            La animación vocacional “ad intra”[15], como podríamos llamar a la etapa anterior, requiere un trabajo continuo que lleve a un cambio “cualitativo” tanto nuestra forma de vivir los consagrados como de la pastoral vocacional.  

            Lo primero que llama la atención a todos los que nos rodean es nuestra forma de vivir la fe. Sabemos que la comunidad o el religioso ideal no existe, pero es triste constatar cómo muchos han tirado la toalla y ya han dejado de lado la lucha por la santidad, dejándose llevar por un estilo de vida que está muy lejos del ánimo inicial. Será nuestra vida, promotores vocacionales, la primera invitación para que la radicalidad evangélica sea asumida tanto por los jóvenes como por nuestros cohermanos cansados. Es el momento de asumir nuestro rol profético tanto en el interno de la SDS como en el resto del mundo.

            Por lo tanto, debemos estar dispuestos a dar el salto cualitativo haciendo nuestra la propuesta de la Obra Pontificia para las Vocaciones Eclesiásticas (1997) en su documento In verbo tuo... Nuevas Vocaciones para una Nueva Europa. Este cambio consiste en:

— Si la pastoral de las vocaciones nació como emergencia debida a una situación de crisis e indigencia vocacional, hoy ya no se puede pensar con la misma incertidumbre y motivada por una coyuntura negativa; al contrario, aparece como expresión estable y coherente de la maternidad de la Iglesia, abierta al designio inescrutable de Dios, que siempre engendra vida en ella;

— si en un tiempo la promoción vocacional se orientaba exclusiva y principalmente a algunas vocaciones, ahora se debería dirigir cada vez más a la promoción de todas la vocaciones, porque en la Iglesia de Dios o se crece juntos o no crece ninguno;

— si en sus comienzos la pastoral vocacional trataba de circunscribir su campo de acción a algunas categorías de personas («los nuestros», los más próximos a los ambientes de Iglesia, o a aquéllos que parecían manifestar inmediatamente un cierto interés, los más buenos y estimados, los que habían hecho ya una opción de fe, etc.), ahora se siente cada vez más la necesidad de extender con valor a todos, al menos en teoría, el anuncio y la propuesta vocacionales, en nombre de aquel Dios que no hace acepción de personas, que elige a pecadores en un pueblo de pecadores, que hace de Amós, que no era hijo de profeta sino tan solo recogedor de sicómoros, un profeta, que llama a Leví, y entra en la casa de Zaqueo, que es capaz de hacer nacer incluso de las piedras hijos de Abraham (cfr. Mt 3,9);

— si anteriormente la actividad vocacional nacía en buena parte del miedo (a la desaparición, a la disminución) y de la pretensión de mantener determinados niveles de presencia o de obras, ahora el miedo, siempre pésimo consejero, cede el puesto a la esperanza cristiana, que nace de la fe y se proyecta hacia la novedad y el futuro de Dios;

— si una cierta animación vocacional es, o era, perennemente insegura y tímida, casi hasta aparecer en condiciones de inferioridad respecto a una cultura antivocacional, hoy hace aunténtica promoción vocacional sólo quien está animado por la convicción de que toda persona, sin excluir a ninguna, es un don original de Dios que espera ser descubierto;

— si el fin, un tiempo, parecía ser el reclutamiento, o el método de propaganda, a menudo con resultados obtenidos forzando la libertad del individuo o con episodios de «competencia», ahora debe ser cada vez más claro que el fin es la ayuda a la persona para que sepa discernir el designio de Dios sobre su vida para la edificación de la Iglesia, y reconozca y realice en sí misma su propia verdad;

— si en época aún no muy lejana había quien se engañaba creyendo resolver la crisis vocacional con opciones discutibles, por ejemplo «importando vocaciones» de allende las fronteras (a menudo desarraigándolas de su ambiente), hoy nadie debería engañarse con resolver la crisis vocacional vagando de un lado a otro, porque el Señor continúa llamando en cada Iglesia y en cada lugar;

— e igualmente, en la misma línea, el «cirineo vocacional», solícito y a menudo improvisador solitario, debería cada vez más pasar de una animación hecha con iniciativas y experiencias episódicas a una educación vocacional que se inspire en la seguridad de un método de acompañamiento comprobado para poder prestar una ayuda apropiada a quien está en búsqueda;

— en consecuencia, el mismo animador vocacional debería llegar a ser cada vez más educador en la fe y formador de vocaciones, y la animación vocacional llegar a ser siempre más acción coral, de toda la comunidad, religiosa o parroquial, de todo el instituto o de toda la diócesis, de cada presbítero o consagrado o creyente, y para todas las vocaciones en cada fase de la vida;

— es tiempo, por fin, de que se pase decididamente de la «patología del cansancio» y de la resignación, que se justifica atribuyendo a la actual generación juvenil la causa única de la crisis vocacional, al valor de hacerse los interrogantes oportunos y ver los eventuales errores y fallos a fin de llegar a un ardiente nuevo impulso creativo de testimonio.

 

3.4 La animación “ad extra”, más formación en la fe que “pesca” para nuestro instituto

            Es interesante observar que en los últimos documentos eclesiales donde se trata el asunto de las vocaciones, se insiste continuamente en desarrollar una “cultura de la vocación”. Este llamado continuo de la Iglesia por un trabajo armónico y orgánico a favor de cada persona, es una invitación a la interrelación de las diversas áreas pastorales para que todas converjan en la vivencia radical de la santidad.

            Sin embargo, hay áreas pastorales en las cuales esta relación se hace más estrecha. Y por su propia naturaleza, las pastorales juvenil y vocacional se encuentran íntimamente unidas, tanto que en algunas congregaciones y diócesis son una sola pastoral[16].

            Así la importancia del trabajo con la pastoral juvenil está expresada en la Exhortación Apostólica Post-Sinodal Vita Consacrata (64): “El modo más auténtico para secundar la acción del Espíritu será el invertir las mejores energías en la actividad vocacional, especialmente con una adecuada dedicación a la pastoral juvenil”.

            Por eso, quiero proponer aquí la creación de una pastoral juvenil vocacional salvatoriana en cada Unidad Administrativa, con procesos claros que lleven a los jóvenes a discernir en su vocación. Para ello, pienso que debemos involucrar a todos los cohermanos, proponiéndoles tareas de acuerdo a sus dones y capacidades para que cada uno sienta que aporta significativamente a nuestra pastoral juvenil vocacional. Luego de ver a muchos religiosos, he llegado a la siguiente conclusión: aquellos que permiten la entrada de jóvenes en sus vidas, viven en una constante renovación interior que no les deja perder la perspectiva del llamado inicial.

            A continuación nos centraremos en la explicación de algunas etapas que se han podido individuar a lo largo de años de experiencia de trabajo en pastoral juvenil vocacional. Deseo aclarar que no es una metodología pastoral, sino son las etapas que se han observado presentes en el proceso de educación en la fe, independientemente de la metodología empleada. Su valor fundamental es la coherencia encontrada con la pedagogía empleada por Jesús en los Evangelios. Esta teoría ha sido desarrollada a partir del año 1988 por el Departamento de Juventud del CELAM, y aún se encuentra en estudio[17].

              El desarrollo de esta propuesta ha surgido porque luego de los años críticos del Vaticano II, donde se planteaba el cambio de una evangelización plenamente doctrinal a otra de tipo experiencial, los modelos anteriores al Concilio entraron en crisis por no satisfacer la realidad del hombre contemporáneo. El éxodo de clérigos, religiosos y religiosas, también llevó a pensar el proceso vocacional que se estaba siguiendo en ese momento, concluyendo luego de algunos años con el cierre de la mayor parte de seminarios menores. Sin embargo, se creó el vacío de una formación religiosa adecuada para los jóvenes del momento. Han surgido así diversas líneas y movimientos pedagógicos en la fe, con sus respectivos valores y límites. De todas ellas, la que ha tenido un mayor consenso es la aquí presentada. Los nombres de las etapas pueden variar, pero hemos conservado la nomenclatura y división más generalizada. 

            También es importante observar que estamos utilizando un modelo cíclico espiral, lo que quiere decir que existen ejes de contenidos y características pedagógicas que atraviesan todo el proceso, aunque en algunos momentos alguno se haga presente con mayor fuerza. Recuerdo que estos contenidos y características pedagógicas son sembrar, acompañar, educar, formar y reconocer el don (o discernir)[18]. Sólo deseo señalar también que los contenidos doctrinales han estado incluidos en tres núcleos fundamentales: Hombre, Cristo, Iglesia. Y, como se comprenderá al estudiar las etapas, apunto que únicamente han tenido éxito aquellas metodologías que han sabido conjugar la teoría con la práctica. 

            El proceso posee tres etapas fundamentales que se van sobreponiendo una a otra, pero poseen características muy marcadas. Recordemos que la mayoría de los jóvenes reales que tenemos son prácticamente “analfabetas” en cuanto a religiosidad se refiere; por eso las dos primeras forman parte de la siembra, mientras que la tercera sería propiamente la vocacional. Estas etapas son:

a)       Nucleación:  Consiste en la propuesta que se hace al joven para formar un grupo. Es la primera etapa de conocimiento. Aunque está clara que la finalidad del grupo es caminar juntos en la fe, por lo que se propone formar una comunidad de fe, es en este momento cuando se asientan las bases humanas de las relaciones del grupo. El tema que se hace sentir con más fuerza es la personalización. Esta es la etapa del descubrimiento: se descubre a sí mismo; se descubre al grupo; descubre a Dios; descubre la existencia de un mundo exterior...

b)       Iniciación: Como el mismo nombre lo dice, esta etapa del proceso insiste en una primera presentación de los contenidos de la fe, desarrollando con mayor profundidad lo relacionado con la persona de Jesucristo, ideal de construcción de nuestra humanidad. Se inicia el proceso de conocimiento personal; inician las relaciones grupales con sus dificultades humanas; inicia el conocimiento de Jesucristo y el dinamismo de ser cristiano; inicia el acercamiento a la Iglesia; inicia a profundizar en el aspecto social...

c)       Militancia: Este término recuerda la actitud activa de la persona que se encuentra involucrada en un grupo. Es una etapa de compromiso, definida como “aquella acción cada vez más reflexionada, intencionada, consciente, contextualizada y organizada en orden a promover una renovación en la Iglesia y en la sociedad”[19]. El compromiso final se logra luego de un proceso de discernimiento, por lo que se puede denominar como la etapa vocacional propiamente dicha.

             Desde mi experiencia con distintos grupos y movimientos en Pastoral Juvenil, he podido comprobar que para una buena consecución de los objetivos de evangelización, el proceso debe durar alrededor de cinco años: uno para la etapa de nucleación, de dos para la iniciación y de dos a tres para la militancia. Es interesante cómo algunos movimientos y grupos juveniles van determinando sus etapas con signos sensibles para los jóvenes; así el joven está ubicado en su proceso y se motiva por cumplir los objetivos propuestos[20].

            En Brasil, partiendo de estas tres etapas, se ha ido desarrollando otro modelo más específico, el cual se encuentran representado en el dibujo[21]. Estas etapas son siete en total. Ellas son:

a)       Descubrimiento del Grupo: Corresponde esta etapa a la nucleación presentada por el modelo anterior. No sólo se descubre el grupo, sino también sus crisis. Se van purificando las intenciones para pertenecer al grupo y se descubre a Cristo como amigo.

b)       Descubrimiento de la Comunidad: Se crea la conciencia de pertenecer a una comunidad; se abre el restringido círculo de amigos y se participa de la vida eclesial. Claro que la formada, es una imagen utópica de comunidad que necesita ser purificada. Es una etapa también de crítica. El joven ve al grupo como algo más que un conjunto de amigos, es su espacio para compartir la fe.

c)       Descubrimiento del Problema Social: Comienza a contrastar su mundo ideal con la Iglesia y el resto del mundo. Descubre así que hay realidades desagradables, descubriendo la realidad social. Si el proceso es bien acompañado, surge en él el sentido de compasión y solidaridad. Empieza a ver la necesidad del servicio, y desde su ingenuidad, cree que con acciones “asistencialistas” cambiará la realidad. Se da un primer despertar vocacional.

d)       Descubrimiento de una Organización más Amplia: Al comenzar a ver la realidad y las redes de relaciones que en ella se crean, se da cuenta de que no es el único que está luchando por ideales. Descubre una Iglesia orgánica y ve que allí tiene su puesto para ser protagonista del cambio.  Es el momento de asumir la tarea de evangelización, pero también de tomar roles organizativos en la comunidad.

e)       Descubrimiento de las Causas Estructurales: Es la etapa más difícil porque surge como un desilusionarse de la acción que se hace, puesto que con ellas no se cambia todo el mundo. Se descubre una maquinaria de injusticia que no puede ser enfrentada... Pero también es el momento de descubrir el valor de cada persona, optando por los más pobres. Es una etapa en la que debe respetarse el proceso de cada quien, sin acelerar respuestas personales. Por su puesto que esta etapa debe ser iluminada desde la fe, animando a la conversión personal y comunitaria, descubriendo cómo respuestas cristianas a los acontecimientos sociales.

f)         Descubrimiento de la Militancia: Es el momento de la fidelidad, de optar radicalmente por Jesucristo. Aquello que se había comenzado como fruto de la emoción o por un impulso cualquiera, es ahora una opción de vida. Se toman decisiones que afectarán el futuro de la persona como lo son la profesión y la opción vocacional.

g)       Descubrimiento de las Etapas Recorridas: Allí el joven es capaz de ver hacia atrás, reconociendo su proceso. Se siente plenamente humano y ayudado por la Gracia. Por eso es capaz de aceptar al otro tal cual es, y puede desarrollar el rol de acompañante. Muchos no llegan a esta etapa del proceso, por lo que no son capaces de ayudar a los otros a crecer; olvidan los errores y aciertos que ellos mismos cometieron...

 

             Este es un ejemplo, cómo a partir de la experiencia se ha adaptado el esquema fundamental de los Procesos de Educación en la Fe. Pienso que es muy válido iluminar nuestras experiencias desde aquí y verificar aquellas cosas que se cumplen y las otras que están ausentes en los procesos que acompañamos.

            No deseo cerrar este apartado sin mencionar los elementos que son fundamentales en cualquier itinerario de fe que se recorra. Ellos están desarrollados en el documento “In verbo tuo...”. Aquí solamente se nombran:

            a)       La liturgia y la oración;

b)       La comunión eclesial;

c)       El servicio de la caridad y

d)       El testimonio – anuncio del Evangelio.

 

3.4    La cuestión de la metodología

             Otro aspecto que no deja de ser importante, es el de la metodología a usar. A causa del poco tiempo del cual disponemos, solamente me limito a referirme a la más usada: el ya clásico método Ver – Juzgar – Actuar.

             Lo más importante para este método es partir de la realidad del joven, de su experiencia. Esta experiencia es iluminada por la Palabra, favoreciendo el conocimiento profundo del mensaje cristiano. Luego, al relacionar la vida con la doctrina, surge el actuar, expresado en metas concretas que llevan al joven a acciones de conversión.

             Este método también ha sido complementado desde la experiencia con Revisar y Celebrar. El compromiso adquirido es evaluado en el grupo, apoyando los logros y reforzando las exigencias. De allí surge el deseo de celebrar la vida concreta, don de Dios.

  

4.       Elementos indispensables para una pastoral juvenil vocacional actual

             Hemos visto ya muchos elementos que se encuentran presentes en el proceso vocacional. Sin embargo, hay otra serie de elementos dispersos, que por estar en todo momento, han aparecido de forma abstracta. A continuación los puntualizamos.

a)       Evangelizar la experiencia desde la propia experiencia: San Juan comienza su carta diciendo (1Jn 1,1ss):

Lo que existía desde el principio,

lo que hemos oído,

lo que hemos visto con nuestros ojos.

Lo que hemos mirado

y nuestras manos han palpado

acerca del Verbo que es la vida

(...)

Lo que hemos visto y oído

se lo damos a conocer,

Para que estén en comunión con nosotros,

con el Padre y con su Hijo Jesucristo.

Y les escribimos esto para que tengan alegría perfecta.

Solamente podemos anunciar con veracidad aquello que hemos vivido. Si no hemos experimentado que “se manifestó la bondad de Dios nuestro salvador y su amor a los hombres” (Tt 2,11), no será creíble la invitación que hagamos a los jóvenes.

 Y no hacemos un anuncio cualquiera, sino que nos servimos de la tradición, el dogma y nuestra experiencia para iluminar de manera objetiva la experiencia de otros[22]. Allí no buscamos nuestro interés particular, sino el interés del individuo y la Iglesia para “que tengan alegría perfecta”.

De ahí la importancia de la coherencia entre la vida de la comunidad y el anuncio que ésta haga, tal y como lo hemos mencionado anteriormente.

b)       El acompañamiento o dirección espiritual: Es indispensable en todo el proceso juvenil un acompañamiento o dirección espiritual. Claro que se encuentra el problema de la poca disponibilidad de directores para esta labor. Por eso es necesario la preparación tanto de sacerdotes como religiosos(as) y laicos que sean capaces de acompañar tanto al grupo juvenil como a cada uno de sus integrantes.

c)       Un equipo integrado: Si se desea hacer verdaderamente un servicio a la Iglesia, nuestros equipos de pastoral vocacional deberían estar constituidos por miembros de las tres ramas de la familia salvatoriana: religiosos, religiosas y laicos. Así podría hablar cada uno desde su realidad, compartiendo su experiencia y abriendo campos al joven.

Por otra parte, también se ve importante tanto para el promotor como para el candidato, la participación de los miembros del equipo vocacional en reuniones y comisiones intercongregacionales y diocesanas. Esa experiencia ayuda a reforzar los vínculos eclesiales y a ser testigos de la comunión.

d)       Proyecto de vida: Un buen proceso vocacional debe llevar a fundamentar la elección de vida. Para ello el proyecto de vida, entendido como el plan donde se va plasmando el sentido que encuentra el joven de su realidad tanto espiritual como histórica, se convierte en un buen medio. Allí, con la ayuda del acompañante espiritual, se plantean objetivos que ayudan al joven a ser fiel al llamado que va descubriendo.

e)       La Caridad Activa: En el proceso de crecimiento juvenil vocacional, el joven debe tener la oportunidad de llevar a la práctica la caridad evangélica. Para ello es bueno promover obras de acción social y evangelización, así como experiencias de campamentos misioneros.

f)         Hablar con la Palabra: En todo proceso vocacional, la liturgia y la oración se hacen indispensables tanto para el acompañado como el acompañante. Ser discípulos juntos del Maestro implica buscarle en todo momento; Jesús es la referencia, por eso hay que escucharle tanto en la Biblia como en la historia.

g)       Orar por las vocaciones: Es parte de nuestro carisma el orar por las vocaciones. Fue un salvatoriano, el P. Pascual Schmid, quien en 1933 comienza con la promoción del día por las vocaciones sacerdotales[23]. Los salvatorianos recibimos en aquél momento el permiso de la Santa Sede para celebrar el primer jueves de cada mes la misa votiva de Jesucristo Sumo Sacerdote. Esta tradición es recogida y ampliada por el Directorio General (6.2): “Promovemos el día mensual de oración por las vocaciones”.

Ahora, debemos promover este día de oración por todas las vocaciones. Un momento de oración mensual vocacional, donde los jóvenes y los adultos puedan encontrarse para escuchar y responder a Dios que llama; para escuchar y responder a la comunidad que llama.

h)       Ejemplos de vida: Parte importante del proceso vocacional es el ejemplo de otros que han caminado hacia la santidad. He constatado, al menos en la realidad de mi país, como las comunidades que buscan seguir el ejemplo de su fundador o fundadora, estudiando con los jóvenes la vida de estos hombres y mujeres del espíritu, tienen jóvenes y adultos que, desde los distintos estados de vida, desean hacer vida el carisma que el Espíritu ha regalado a la Iglesia.

Nosotros, salvatorianos, tenemos muchos ejemplos de santidad en la familia salvatoriana, que aunque no han sido reconocidos aún oficialmente por la Iglesia, son válidos para los jóvenes de hoy. Presentar al P. Jordán y a la M. María como estos ejemplos en nuestros grupos juveniles y otras obras apostólicas, ayudará a promover la vida salvatoriana.

i)         Una mística propia: Una constante que he podido constatar es que aquellos grupos juveniles que poseen una mística propia, forman gente que se identifica con el carisma. Una mística propia significa tener símbolos que identifiquen y se conviertan en sacramentales para el joven. Pueden ser cantos propios, lecturas, objetos... Muchas veces se hacen concursos y otras actividades que promueven esta creatividad, pero en el fondo están interiorizando el carisma.

En este respecto debemos escuchar al último Sínodo General, cuando dice: “Que a todos los niveles de la Sociedad se ponga un mayor acento sobre el potencial transformador de los aspectos "de celebración" de nuestra vida salvatoriana (liturgias, fiestas salvatorianas, visitas, música, arte, cuentos, etc.) como medios de hacer propio nuestro carisma salvatoriano”[24].

j)         Todos los medios que la caridad de Cristo inspira para la promoción vocacional: La Iglesia insiste continuamente en la aplicación de la creatividad para llevar a cabo una nueva evangelización. Es parte de nuestro carisma el ser líderes creativos, capaces de utilizar los diversos medios para anunciar el Evangelio.

En las pasadas jornadas de Pastoral Vocacional de la CONFER, realizadas pocos días atrás, el claretiano Carlos Fernández Sanz hacía los siguientes cuestionamientos:  ¿Es posible hablar de la vocación en Internet? ¿Cómo se está usando la red en la pastoral juvenil vocacional? ¿En qué dirección y con qué artes habría que lanzar la red vocacional dentro de la red de comunicaciones?”[25].

Los salvatorianos debemos seguir el ejemplo de otras comunidades que están haciendo una verdadera pastoral vocacional con la Internet. Y pienso que hacer pastoral vocacional desde ese medio se puede hacer de una manera tan sencilla como lo es un grupo para compartir reflexiones diarias del Evangelio[26]. Algunas ideas al respecto podríamos encontrar en el artículo de Fernández Sanz.

 

5.       Conclusión

            La Pastoral Vocacional de comienzos del tercer milenio tiene como misión promover la llamada a la santidad universal. Ese será el punto de partida, en el cual se deberá sembrar la semilla de la Palabra, para luego acompañar a descubrir cuál es la vocación particular de cada cual.

             Para realizar esta tarea, no podemos continuar esperando a que nos toquen la puerta. Estamos llamados a ir a los ambientes juveniles a evangelizarlos, anunciando la vida eterna (Cfr. Jn 17,3). La invitación no será, por lo tanto, en un primer momento a compartir nuestro carisma, sino a conocer a Jesucristo. Por eso, necesitamos prepararnos para acompañar a los jóvenes en su proceso de crecimiento en la fe, tarea que no podemos hacer solos, sino en conjunto con las otras dos ramas de nuestra familia salvatoriana.

             A fin de cuentas, la vocación es un misterio y surge como don de la Gracia. Pero, ¿cuántos no encuentran su vocación porque no tienen quién les acompañe?, “¿cuántas vocaciones no se pierden?”[27]. Revelar ese misterio es tarea del hombre y para ello debe usar todas sus capacidades, tanto racionales como espirituales. Pero no podemos dejarnos llevar por la impaciencia y la ambición de “tener” muchos candidatos, debemos respetar los procesos que va viviendo cada uno, invitando con audacia pero dejando que la obra del Espíritu se realice.

             De un buen proceso vocacional, donde las motivaciones se purifiquen y se centren en el seguimiento a Jesucristo, dependerá luego que la persona luche por lograr la utopía del Reino de Dios o se instale cómodamente en su estado de vida. Dios llama y desinstala, ese es el mejor signo de la fidelidad a nuestro llamado inicial.

             Sí, ciertamente hay una opción fundamental que es irrevocable[28], pero también es cierto que Dios llama continuamente y, por ello, se debe estar atento, reconociendo en cada momento las etapas de nuestro propio recorrido vocacional.

  

Néstor A. Briceño L, SDS

15 de octubre de 2001

Fiesta de Sta. Teresa de Ávila



[1] Cfr. Mt 13,45-46.

[2] 1Cor 1,25-31.

[3] Tanto los documentos del Concilio Vaticano II como el Nuevo “Catecismo de la Iglesia Católica” explican cada uno de los términos de esta definición. Aquí solamente me he limitado a hacer una síntesis de esos elementos.

[4] Esta apertura es fundamental para un salvatoriano; no creo que sea motivo de escándalo que de nuestra promoción vocacional salgan santos jesuitas o salesianos o matrimonios consagrados... el motivo de escándalo sería que quienes participen en nuestra promoción vocacional no encuentren su puesto en la Iglesia y se conviertan en unos “amargados”... Pienso que la Ratio Institutionis Generalis, deja bien claro este aspecto en su número 34. En la ponencia siguiente, el Padre Fernando Rizzardo profundizará en los contenidos de la Ratio.

[5] Recordemos aquí al etíope eunuco bautizado por Felipe, Cfr. Hch 8,26ss.

[6] La pregunta de los primeros discípulos en Jn 1,38, “Maestro, ¿dónde vives?”, expresa la búsqueda existencial del hombre. En otras ocasiones, será verse a sí mismo como indigno, tal y como sucedió a Pedro: “Aléjate de mí, Señor, que soy un pecador” (Lc. 5,8). Sin embargo, el interrogante más común tanto en el Antiguo como Nuevo Testamento será: “¿Quién eres tú?”.

[7] Los ejemplos aquí, así como en los puntos siguientes, son innumerables pero recordemos los más importantes: Abraham, Moisés, David, Isaías, Jeremías, María, José, Pedro, Pablo... Cada uno de ellos recibió una misión específica junto con los dones necesarios para llevarla adelante, dudaron y fueron confirmados en su misión.

[8] Cfr. RIG 35.

[9] Mt 13,3-8.

[10] De hecho, el documento “In verbo tuo...” presenta estas mismas palabras como “concretas actitudes pedagógicas evangélicas”.

[11] José Luis Moral utiliza el término “el rostro de los jóvenes como lugar teológico”. Es una propuesta interesante la de comenzar a ver a los jóvenes como portadores vivos de la presencia del Espíritu, a pesar de las contradicciones que puedan vivir. Cfr. MORAL, J.L. ¿Alejados o nos alejamos?: Reconstruir con los jóvenes la fe y la religión en Misión Joven 281 (2000), 15-25.

[12] No pienso que sea necesario profundizar más aquí sobre la importancia del momento de la juventud para la promoción vocacional. Me limito a referir a SZENTMÁRTONI M. Preadolescenza e adolescenza: età vocazionale en Vocazioni 12 (1995) 9-15.

[13] CATALÁ T. Introducirse en las fisuras de nuestra cultura para evangelizar en Misión Joven 281(2000) 29.

[14] Este aspecto ha sido recogido por la Unión de Superiores Generales en su 55° reunión (año 1999). En las conclusiones encontramos el siguiente texto que puede resultar inspirador: “La animación vocacional "ad intra" supone el compromiso responsable de cada consagrado a vivir profundamente su consagración y, de esta forma, convertirse en signo viviente capaz de atraer a los jóvenes. En este sentido se debe afirmar que cada consagrado es un animador o promotor vocacional.

La animación vocacional supone igualmente la creación de comunidades que vivan gozosamente y con entusiasmo su entrega a la misión carismática a la que han sido llamadas; comunidades caracterizadas por una auténtica fraternidad, acogedoras y capaces de compartir sus bienes espirituales con los laicos”.

[15] Esta nomenclatura la utiliza Elías Royón, sj, en su ponencia para la 55° reunión de la Unión de Superiores Generales del año 1999 que trató sobre “Las vocaciones a la vida consagrada en el contexto de la sociedad moderna y post-moderna”. Cfr. Animación vocacional "por contagio" - ¿Qué visibilidad para una vida consagrada capaz de suscitar vocaciones?  en http://www.vidimusdominum.org/documenti/sp/ass55/frame.htm

[16] En lo personal, pienso que es bueno un trabajo íntimo entre las dos pastorales, e incluso puede haber un solo equipo para ambas, pero se debe estar claro en que se habla de una pastoral juvenil vocacional “amplia”...

[17] Al surgir las etapas del proceso de la experiencia, se ha observado que son etapas dinámicas y no se ha dicho la última palabra al respecto. Por ejemplo, el último encuentro (XIII) Latinoamericano de Responsables Nacionales de Pastoral Juvenil, celebrado en Buenos Aires en febrero pasado, tuvo como tema de estudio “Los Procesos de Educación en la Fe”.

[18] Recomiendo la lectura de la cuarta parte del documento “In verbo tuo...”, donde se encuentra una muy buena explicación sobre estos aspectos.

[19] CELAM. Civilización del Amor, Tarea y Esperanza. SEJ. Santafé de Bogotá, 1995, 214.

[20] Un ejemplo de esto es el Movimiento Juvenil Gaviota, acompañado por los salvatorianos en Venezuela. Allí la etapa de nucleación está caracterizada por el color blanco, la iniciación por el rojo y el azul (el azul en realidad representa una etapa de profundización)  y la militancia por el amarillo. Los temas centrales de cada etapa son: en la etapa roja, la persona; en la azul, Cristo; en la amarilla, la Iglesia.

[21] BORAN, J. El Futuro tiene nombre: Juventud. Paulinas. Santafé de Bogotá, 1995, 281.

[22] Cfr. “In verbo tuo”, 28.

[23] Cfr. WEINDL, K. El Día Sacerdotal en AAVV Raíces Comunes. Salvatorianos, Madrid, 1987, 275-277.

[24] Conclusiones del X Sínodo General de la SDS. 2001.

[25] FERNÁNDEZ SANZ, C. La Red en Su Nombre en www.ciudadredonda.org/caminos/religiosos/confer3

[26] Poco tiempo después de mi llegada a Roma, abrí un grupo en internet (carta-a-los-jovenes@yahoogroups.com) con la finalidad de ir comentando el Génesis. Al poco tiempo, comencé a enviar comentarios diarios del Evangelio con preguntas que ayuden a hacerlo vida. El 1 de octubre de 2000 comenzó el grupo con 30 jóvenes y hoy forman parte de él 530 personas.

[27] JORDAN, F. Palabras y Exhortaciones. LXI, 7.

[28] Cfr. Rm 12,29.